jueves, 24 de abril de 2014

Cuando te vi

Yo recuerdo la primera vez que te vi, y pensé entonces que tú podías ser a quien llevaba tanto tiempo buscando. ¿Sabes esa sensación? Esa de ver unos ojos y una boca, una mirada y una sonrisa, y considerar todo eso el paraíso. Sin yo siquiera conocerte, ya no me parecías tan desconocido. No preguntes por qué. Sólo sé que creí haberte visto en un montón de sueños de los que no conseguía acordarme. Pero tú eras real, como tocarte y que me temblasen las manos. Tan real como el dolor que me rasgaba el pecho cuando pensaba que quizá para ti no fuese más que un cuerpo. Un nombre más. Otro número en la extensa suma de personas que te cruzabas cada día. Es tan duro recordar que no siempre se recibe el amor que se siente. Que no siempre se te llena todo lo que estás dispuesta a vaciarte por alguien, y tanto que acabas quedándote con esa sensación de desnudez que deben de sentir los árboles en otoño. Porque, oye, estoy aquí y te quiero, pero eso no va a cambiar el mundo. Ojalá se detuviese la gente a escuchar todo lo que nunca voy a decirte. Ojalá me arrancasen el miedo que tengo a perderte, sin yo haberte tenido nunca. Ojalá pudieses conformarte toda la vida pasándola junto a aquella que dejaría pasar todos los trenes para quedarse un rato más en la estación contigo. Porque está demostrado, que a veces puedes depender siempre de un instante. Que hay momentos que duran más de lo que tardan en acabarse. Y ojalá. Ojalá todo el amor que siento hasta por tus defectos, lo sintieses tú por mis virtudes. Con eso sería suficiente, corazón.

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