jueves, 21 de abril de 2016

LO POCO QUE SE DE LA VIDA



Lo poco que sé de la vida, lo sé porque he sonreído cuando ni siquiera yo me he dado cuenta; lo sé porque he suspirado por lo que me inspiró a escribir las cosas más bonitas de mi vida; lo sé porque he llorado a mares en mi almohada cuando he echado de menos la luz y la razón de mis días; lo sé porque he cometido los errores suficientes como para entender que de eso se trata vivir; lo sé porque me he perdido conscientemente en el laberinto sin salida para ver quién está dispuesto a perderse por mí, sabiendo que, quizás, no podrá encontrarme jamás, que no podrá salir de ese laberinto que es la huida.
Lo poco que sé de la vida, lo sé porque he visto a mi hermana ir y venir a mitad de lo que posiblemente era el invierno de su vida; lo sé porque han adormecido mis corazas para luego entrar en mi corazón y romperlo en mil pedazos; lo sé porque he mentido acerca de cómo me sentía cuando por dentro me quedaba afónico pidiendo auxilio.
Lo poco que sé de la vida, lo sé porque he herido por quien moriría consecutivamente en mis siete vidas por conocerle por primera vez, una y otra vez; lo sé porque me he desangrado mientras escribía los versos más dolorosos que jamás me había dedicado nadie; lo sé porque en una mañana me dejaron un eco en el alma y el corazón infestado de tristeza y soledad; lo sé porque mi canción favorita resultó ser el arma homicida.
Lo poco que sé de la vida, lo sé porque me he acercado tanto al abismo, que por poco, no salgo con vida; lo sé porque me han apuñalado cuando, ingenuamente, les regalaba mis mejores sonrisas; lo sé porque me han visto enloquecer en plena cordura.
Lo poco que sé de la vida, lo sé porque me han herido; lo sé porque he caído al profundo mar de los recuerdos y no he salido tal como entré.
Lo poco que sé de la vida, lo sé porque lo sentí, lo viví y lo abracé tan fuerte, que terminé rompiéndolo; lo sé porque fui invisible para quien yo quería cambiarle la mirada; lo sé porque he ardido tal cual infierno me estuviese abrazando; lo sé porque en cada puntada que le daba a mis heridas, pensaba cómo alguien, en quien deposité toda mi confianza, pudo haberme hecho sangrar.

Lo poco que sé de la vida, lo sé porque he tenido frío y no precisamente hablo de clima, sino de personas, de momentos y de despedidas. Lo poco que sé de la vida, lo sé porque he sonreído cuando mis ruinas me declaraban estado de calamidad.
Lo poco que sé de la vida, lo sé porque me he despedido en aeropuertos, en estaciones de tren y en hospitales. Y yo siempre me he sentido muerte en esos lugares. Me he sentido como el fin de mí mismo, o de mi historia. O de un atardecer que no termina de dar su espectáculo y no comprende que el día se ha ido. Y con él miles de miradas con desconocidos, muertas; miles de sonrisas sin comprender el porqué, muertas; miles de silencios porque las miradas lo decían todo, muertas. Y pensar que en las despedidas pasa lo mismo: muere todo y se muere uno. Abandona el propio cuerpo y habita en el corazón que se está yendo. Se cierran los ojos, y se cierra la historia, pero se abren muchas heridas.
Lo poco que sé de la vida, lo sé porque me ha estallado el pecho cuando encontré algo que no debía buscar; lo sé porque he visto cómo cada silueta del pasado me perseguía a donde iba y todo se convertía en oscuridad; lo sé porque tengo recuerdos que son luz y otros que son tiniebla.
Lo poco que sé de la vida, lo sé porque me enamoré de la jodida piedra y ella no supo corresponderme sino lastimarme; lo sé porque he sido masoquista persiguiendo un amor imposible y me han salido llagas del terrible incendio en el que estuve por decisión propia; lo sé porque cada vez que amo lo hago como si jamás me hubiesen roto el corazón, confío como si jamás me hubiesen traicionado y río como el dolor en realidad hubiese sido un sueño en el que estuve sumergido por mucho tiempo pero que, tarde o temprano, tenía que despertar. Y recordarlo como una pesadilla.
Lo poco que sé de la vida, lo sé porque tengo cicatrices, no sólo en la piel, sino en mi forma de hablar, de reír y de mirar, porque hay que prestar mucha atención a cómo actúa y se comporta alguien para darse cuenta de que no, de que no existe peor cicatriz que aquella que se abre desde las entrañas, que con el paso del tiempo se abre más y más y llega a ocupar gran parte de ti. Y te consume. Te va arrastrando hacia el recuerdo. Y la muerte del recuerdo es el olvido. Se pueden olvidar muchas cosas, pero ¿cómo se olvida algo que en su momento quisiste que fuese para siempre?

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